Cómo ganar sin dejar de disfrutar, lo que aprendí como tenista profesional

By Eva Fernández, tenista profesional ganadora de un oro (en dobles) y un bronce (en individual) en los Juegos del Mediterráneo de 200, año en el que alcanzó el puesto 185 WTA.

Los principios de año siempre me resultaban complicados. Después de las pretemporadas me sentía físicamente preparada, pero tenía la sensación de falta de confianza por el poco rodaje de partidos. Asimismo, hasta que no llevaba algunas victorias no volvía a tener la seguridad y la confianza plena en mi juego, especialmente después de sufrir lesiones o en momentos difíciles de mi carrera. Pero con los años aprendí que no podía dudar, que tenía que dar el máximo de mí misma cada día y confiar en que lo conseguiría. Me costó muchos años aprenderlo y no siempre lo gestionaba de manera positiva, pero sabía que era el único camino para recuperar la confianza.

En categorías juveniles fui campeona de Cataluña, de España y Gradignan, que era considerado el europeo. Recuerdo que en esa época prácticamente ni pensaba, simplemente disfrutaba del tenis afrontándolo siempre de una manera muy competitiva. Hasta que sobre los 16 años llegó el salto a profesional. Aposté todo por el tenis, empecé a estudiar a distancia y fui a vivir a Barcelona. Fue un cambio muy grande para mí y allí empezaron mis primeras dudas. Ponía el resultado por delante de todo y empecé a sentir la presión. En aquel entonces el tenis era el centro de mi vida. Entre las lesiones y los malos resultados, fue tan duro a nivel personal y profesional que no me veía recuperando mi juego y no quería seguir.

«Puse los resultados

al margen y volví

a disfrutar jugando»

Afortunadamente, después de un ligero parón, tuve la suerte de cruzarme con un entrenador que me enseñó a relativizar. Le estoy y le estaré eternamente agradecida. Con él volví a ver el tenis como un juego, como lo que es, un deporte. Siendo consciente de que muchas decisiones personales pueden afectar mi rendimiento deportivo, pero sin que fuera absolutamente el centro de mi vida. Fue entonces cuando puse los resultados al margen y volví a disfrutar jugando. Y de forma natural conseguí recuperar mi juego.

Ya en la etapa como profesional, en los momentos difíciles, cuando me encontraba con falta de confianza por lesiones, por malos resultados o por los principios de temporada, siempre me centraba en recuperar la pasión por el tenis. Intentaba volver a disfrutar jugando, olvidando los resultados y marcándome objetivos a mejorar. Mi finalidad era cumplir objetivos alcanzables a corto plazo que los pudiera aplicar en los partidos. Si conseguía aplicarlos, independientemente del resultado, ya me daba por satisfecha. Lo mejor de todo era que, en la gran mayoría de veces, si los conseguía aplicar también conseguía ganar el partido. Así que la confianza ya no me la daban las victorias (obviamente eran un plus), sino el hecho de aplicar mi juego y todo el trabajo hecho previamente. No siempre había resultados inmediatos, pero sabía que aparecerían si lo enfocaba a largo plazo.

«Al principio vivía cada

error como un

fracaso y una frustración»

Aunque también me costó aprenderlo, con los años aprendí a aceptar mis errores. Los tenistas tenemos que tomar decisiones casi a cada segundo y casi cada semana perdemos un partido. Al principio vivía cada error como un fracaso y una frustración, pero con el tiempo conseguí verlo como un nuevo reto y como una nueva oportunidad para mejorar.

Un ejemplo claro de este cambio fue en el año 2009. Hasta ese momento aún me perseguía esa visión resultadista y seguía con un juego bastante conservador. Un juego que me permitía ganar partidos y estar sobre las 300 WTA, pero que no me permitía dar otro salto entre las mejores. Sabía que, para estar entre las mejores, tenía que ser mucho más agresiva jugando dentro de mi base sólida. Era la única manera. Intenté no centrarme tanto en mis limitaciones y fortalecer mis puntos fuertes. Aplicar cambios en mi juego a esa edad, en la que ya estaba muy formada, no era fácil. Pero creí en ello y cada día me centraba únicamente en hacerlo mejor que el anterior. Y así, los resultados no tardaron en llegar.

Ese año, en el mes de julio, se disputaban los Juegos del Mediterráneo. Llegaba después de un muy buen inicio de temporada y tras ganar dos torneos de 25.000 $ seguidos. A pesar de las victorias, llegué con algo de dudas a nivel físico por una microrrotura de fibras en el cuádriceps que me hice la semana anterior a la competición. En los Juegos arranqué con victorias, tanto en individual como en dobles. Pero se acercaban las semifinales de ambas modalidades, se acercaban los partidos más complicados y a la vez más decisivos.

En el individual tuve un partido muy físico y después de 3 horas no pude superar a la italiana. Pero, de una manera u otra, tenía que seguir positiva porque por la tarde jugábamos el doble con mi compañera Laura Pous para clasificarnos para la final. Olvidé el partido individual y me centré en los dobles. Jugamos la semifinal y la ganamos. Lo habíamos conseguido, ¡habíamos asegurado la medalla! A pesar de la satisfacción que sentíamos, no queríamos conformarnos.

Al día siguiente jugaba por el bronce en individual. Físicamente iba muy justa, por lo que no podía jugar tan agresiva como venía jugando. No estaba cómoda, pero a pesar de ello y de que tuve dos match balls en contra, seguí luchando y confiando. Y lo conseguí, gané la medalla de bronce. Resulta difícil de explicar, pero ¡la satisfacción fue tan grande!

A pesar de esa medalla, mi participación en los Juegos del Mediterráneo no había terminado. Quedaba la final del doble. Estaba muy cansada pero el partido anterior me dio un plus de confianza extra. Aunque teníamos partido duro por delante, con dos doblistas experimentadas, jugamos un partido excelente y ganamos el oro. La satisfacción en ese momento fue enorme, especialmente por compartirlo con mi gran amiga y compañera Laura. En ese momento, vi recompensado todo el trabajo hecho hasta entonces. Un sacrificio que, os lo prometo, vale la pena sufrir. Ese fue uno de los mejores momentos de mi vida y sin duda mi mejor año deportivo. A finales del 2009, alcancé mi mejor ranking de 185 WTA.

«En el deporte,

lo más importante es

intentar ser feliz jugando»

Ahora, ya retirada y mirando atrás, me quedo con todo lo que nos aporta el deporte. La pasión, el espíritu de superación, la motivación, la capacidad de sacrificio y, también, la de aceptación y de mejora. Me quedo con todos los momentos de satisfacción cuando han salido las cosas bien, pero también todos los momentos difíciles en los que, de una manera u otra, conseguí dar el máximo de mí misma. Me llevo todo lo aprendido, un aprendizaje que ahora intento transmitir a mi entorno.

A todas las jóvenes promesas del tenis, y de cualquier otra disciplina, decirles que, en el deporte, lo más importante es intentar ser feliz jugando. Que cuando disfrutamos de nuestra pasión, los resultados acaban llegando. Para terminar, una petición, que no olviden nunca que primero somos personas y luego deportistas.